Por: Cheché Dorta.-
Que era actividad en aquella ya lejana infancia que enseñaba trucos y no escasos conocimientos sobre los entresijos de los templos, la trasera de los altares, la empinada cuesta de la escalera de la torre, el pendular de las campanas, el vino y el agua, las obleas que podían comerse antes de la consagración, las imágenes condenadas al sótano de la sacristía, el andamiaje de la virgen antes de que la vistieran, la perfecta floración del monumento, el comprobar que el sacerdote vestía pantalón bajo la sotana, el mareante olor del incienso, el negro esencial de los cortinajes, el salado del agua bendecida, el fuelle del órgano y sus sonidos del siglo anterior, el púlpito como una copa de buena madera, el verbo florido y convincente del predicador, la plata del cirial, el oro de la corona de la imagen, la tea mora de la techumbre, el barroco vertical del cuadro de las ánimas del purgatorio, la mano del sedente y la cabellera del nazareno, las espaditas indoloras de la dolorosa, el corazón de Jesús, el paño de la verónica y la postura arrepentida de la magdalena, los cascabeles perfectos de la urna funeraria, la impávida expresión de los santos varones y la andrógina mejilla de san Juanito, o la adusta mueca del Cireneo que cobró lo pactado, o Iscariote – el otro Judas – que sigue su papel de malo. Aunque la mies es mucha, decía y dice el padrito. Y no, no, porque ha llovido poco, se queja en silencio un agricultor de mucha fe.
Todo lo dicho y mucho más se aprendía durante el ejercicio de monigote que ya se dijo que endurecía el ánimo y preparaba a los magallotes para futuras miserias. Y recuerdo ahora que la sotana encarnadenta era muy cómoda para orinar tras el altar, lo que no es poco, lo que no explica el porqué los curas se pasaron al pantalón, mientras las sabias monjitas mantienen la fidelidad a la prenda como su adoración porque el sacerdote, varoncito, use perneras bajas en la cruz de esa prenda que en aquella época era totalmente masculina, hasta que las mujeres de la cochinilla la descubrieron. Otra superstición de las costureras de ropa de hombre, un anhelo inalcanzable. Y también me viene a la memoria los diferentes toques de campana, los lúgubres dobles de luto, la aguda llamada de un entierrito o el alegrón repique de las vísperas de fiesta patronal.
¿Te acuerdas de los agujeros del bajo de la sacristía, llena de flores muertas- una cursilada – dónde se podían contemplar los mulsos inaccesibles de las camareras…?, sí y me persigno. ¿Te acuerdas, insiste el enredador, de los cigarros Cool, mentolados, que fumábamos en la tronera del coro, arriba en la torre..?, sí. ¿Te acuerdas de los peos y de los gufes que sulfataban las novenas…?, no, pero sí de las viejas que orinaban de pie…¿Te viene al tino la confesión y el olor a tabaco bueno que desprendía la voz del cura tras la celosía?, si, demasiado que sí. ¿Cuántas veces, cuántas…?, insistía el clérigo, ¿cuántas?, no sé…reza cincuenta avemarías y otros tantos señormíojesucristo, es la penitencia que te impongo, ¡hala , ve y no peques más!
Una etapa, una sotana, un descubrimiento. Fui monaguillo…¿y qué? Tal vez de aquel tiempo me ha quedado la constatación del latín, sí, que aún mantengo que era (…) un idioma que podría haber ahorrado muchos dolores. Y como la Semana Santa está a la vuelta de la esquina, creo que sacar a la luz estos recuerdos no hace daño a nadie, aunque nunca se sabe. Y aprovecho para decir que me gusta el barroquismo de esta fiesta, el orden tácito de la gente, el sonido del silencio, las flores y el olor, la cera de las velas, la banda de música que madruga – como siempre lo hacen – para tocar el adiós a la vida con una concentración de pentagrama matemático, las venias, los encuentros y otras cuestiones artesanas y atávicas. Y, no me gusta, la fe inquebrantable, el misterio nunca demostrado, el confesar una vez al año, la tristeza violeta que inunda todo, la matraca, los sermones que ya no son lo que eran, el calvario, la sangre, la cruz como instrumento de tortura, el velo de la Verónica y el llanto de la Magdalena, un día (sólo) un día para el amor fraterno, el buen ladrón y el otro, el judas malo y el otro, los esclavos (….) del Cristo que acaban de quitarle su morisca pátina, los fusiles de gala guardando un ataúd, las promesas dónde se mortifican las rodillas, las hermandades y las cofradías, los regañados del purgatorio, la parafernalia y la bula. Y algunas cuestiones que todo el que quiera puede conocer. También defiendo a La Pascua Florida que se hace en mi pueblo y que es una excelente iniciativa que debería ser permanente y aprovechar esa creatividad para que todos los rincones olvidados se llenen de arte, porque existe.
Fui monaguillo. ¿Y qué? Es una experiencia. Y haber conocido la atmósfera feroz de las sacristías, que no es poco para uno que era un tierno (…) infante vestido de falda encarnada.
Por cierto, no hubo, en mis tiempos, monaguillas. Como no hay sacerdotisas ni obispas. Y las papas se reducen a un tubérculo y poco más, que este año de pertinaz sequía se pondrá por las nubes que niegan el agua. Y dios está arriba, con la llave inglesa (…) por si se le ocurre virar la torna. Y se intuye que esperará a que la semana de pasión transcurra para que los piadosos católicos desconecten, carguen las pilas, pasen unos días sagrados en esas playas y retornen a la rutina muy machista y discriminatoria, como todas las religiones. La que desde que se inventó refrena la libertad. Pero algo tienen que haber, dice un escéptico coyuntural.
Rutina. O el propósito de enmienda que nunca se cumple. Y ahora se presenta, otra vez, una oportunidad para arrepentirnos, confesar, comulgar y cumplir con alguno de los mandamientos de la ley de Moisés, aunque sea la mitad de ellos, porque el no matarás o no desearán a la mujer de tu prójimo, o no cometerás actos impuros ya están obsoletos, como la penúltima reforma del Padrenuesrto – muy apreciada por los humildes futbolistas – ya no recoge la frase “así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”, obviamente. Llega, ya, la Semana Santa, otra fiesta más.
foto: Extraída de la web
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