jueves, 29 de diciembre de 2011

CONCIERTO DE NAVIDAD

Ayer oí el Concierto de Navidad que se celebra (de gratis) en el puerto de Santa Cruz de Tenerife al aire libre (…) en pleno invierno boreal y que transmite la tele Española para todo el quiere verlo y escucharlo. Un evento magnífico, una idea excelente pero que este año estuvo tirando a regular, por no decir que mal. En casi todos sus aspectos.

No sé quien es el asesor musical del acto, pero imagino que como todo consejero que asesora debe estar impuesto de su materia; no es el caso. Comenzando por el repertorio, los artistas invitados, la música que es lo más importante y hasta la ubicación de las autoridades que ocupaban las sillas primeras y que aparentaron un entusiasmo sin llevar el ritmo, mal asunto. Ni siquiera Melchior se sabía el compás de la muy prusiana Marcha Radetsky y Zaragoza que no lo saquen de una buena ranchera. Es decir…

Los cantantes, la soprano Lojendio y el tenor de León, se enfrascaron en romanzas   inoportunas, excesivamente celtibéricas y – sobre todo – muy zarzueleras después del mensaje del rey (de ahí la inoportunidad), relamidas y como muy de verbenas de la paloma o similar. La mujer con buena voz, pecho y lunar, pero mucho lavapiés y el León con algo de melena y poco más: copias de arias que él sabe que no podrán imitar a los grandes del género; flojito y fallón, hasta el punto que Pérez, el de la batuta, no pudo disimular su disgusto ante los fallos del hombre. Un recital (…) para que el numeroso público sepa que lo que se canta es el no puede ser o el adiós a la vida. Pero es que en el tema de la música de verdad no se puede contentar a los que van para cumplir con un atavismo pseudopatriótico para que se vea en la tele que los tinerfeños entendemos del asunto. Para suplir la carencia ya están los conciertos de la Banda Municipal en la Plaza del Príncipe (de Asturias), tan cagadita de palomas que es el símbolo, era, de la paz.

Y la orquesta, la OST de pena: como si la crisis hubiera acobardado sus corazones de profesores, la flojera fue evidente. Hasta clareas calvas hubo sobre el escenario y sobre todo una absoluta falta de pasión. Sólo noté cierto ánimo en el pasodoble Islas Canarias (hay que recordar que lo compuso un levantino que jamás pisó esta tierra, aunque debe consolarnos que Carmen es francesa de un gabacho que no pisó Peninsula, como se dice ahora) y la obertura de Wagner – lo mejor sin duda – que demuestra que la calidad no se discute, o sí.

La realización por el estilo: a veces enfocaban las cámaras al de los timbales, perdón, cuando el sólo era de oboe. O, además, una familia que se iba del recinto, cansada tal vez de tanta mar serena y de los gorros de los contrabajos. Me voy, le digo que me voy, señora, porque aquí no hay pipimóviles y eso es culpa de los políticos; ya llevo una hora apuntando las ganas, ¿me comprende?.- Pero hombre, dice la esposa, aguántate un pisco (es canariona) que ya casi está terminando… ¡todo el mundo nos mira, pero hombre…! etc. Y Zaragoza – Cesáreoaugusto- intentando llevar el ritmo, comentándole a don Ricardo que a la gente le gusta esto y espera a que lleguen los fuegos artificiales que, por cierto, no ví una palmera pirotécnica, un fallo, en mi opinión. Cuando este lo celebremos en Granadilla, zona portuaria, emitiremos la Montaña Roja, que será lo único rojo del país, ¿verdad presidente?

Y las vistas de Tenerife demenciales: un segundo con El Teide y poco más; bueno, un gandul echado sobre una lancha y piedras a punta pala. Poco más.

Lo dicho: un concierto malo, con música del montón mal interpretada. Muy bien por el respetable (público, que será lo poco público a partir de ya) y a nuestra temperatura calentita, más que el concierto, que tampoco sabemos valorarla. Y que este recital inaudito al aire libre (que será, y perdón por lo reiterado, lo escaso público que recordemos), se siga celebrando con las correcciones de rigor musical, de imagen y de conocimiento. Fue un engaño, pero siempre hay alguien que mira. Y oye.

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